NATURALIZAR Y
DESNATURALIZAR
LA CULTURA
El semiólogo italiano Umberto Eco escribió sobre temas vinculados al funcionamiento de los signos en las culturas y las sociedades. Uno de sus libros, Signo (1973), comienza con un ejemplo por medio del cuál tomamos conciencia rápidamente de hasta qué punto funcionan las convenciones, los acuerdos y los signos en una situación que solemos considerar como "natura".
PROEMIO
Les
paroles seules comptent.
Le
reste est bavardage.
IONESCO
Supongamos
que el señor Sigma, en el curso de un viaje a París, empieza a
sentir molestias en el «vientre». Utilizo un término genérico,
porque el señor Sigma por el momento tiene una sensación confusa.
Se concentra e intenta definir la molestia: ¿ardor de estómago?,
¿espasmos?, ¿dolores viscerales? Intenta dar nombre a unos
estímulos imprecisos; y al darles un nombre los culturaliza, es
decir, encuadra lo que era un fenómeno natural en unas rúbricas
precisas y «codificadas»; o sea, que intenta dar a una experiencia
personal propia una calificación que la haga similar a otras
experiencias ya expresadas ‘en los libros de medicina o en los
artículos de los periódicos. Por fin descubre la palabra que le
parece adecuada: esta palabra vale por la molestia que siente. Y dado
que quiere comunicar sus molestias a un médico, sabe que podrá
utilizar la palabra (que el médico está en condiciones de
entender), en vez de la molestia (que el médico no siente y que
quizás no ha sentido nunca en su vida). Todo el mundo estará
dispuesto a reconocer que esta palabra, que el señor Sigma ha
individualizado, es un signo, pero nuestro problema es más complejo.
El
señor Sigma decide pedir hora a un médico. Consulta la guía
telefónica de París; unos signos gráficos precisos le indican
quiénes son médicos, y cómo llegar hasta ellos.
Sale
de casa, busca con la mirada una señal particular que conoce muy
bien: entra en un bar. Si se tratara de un bar italiano intentaría
localizar un ángulo próximo a la caja, donde podría estar un
teléfono, de color metálico. Pero como sabe que se trata de un bar
francés, tiene a su disposición otras reglas interpretativas del
ambiente: busca una escalera que descienda al sótano. Sabe que, en
todo bar parisino que se respete, allí están los lavabos y los
teléfonos. Es decir, el ambiente se presenta como un sistema de
signos orientadores que le indican dónde podrá hablar.
Sigma
desciende y se encuentra frente a tres cabinas más bien angostas.
Otro sistema de reglas le indica cómo ha de introducir una de las
fichas que lleva en el bolsillo (que son diferentes, y no todas se
adaptan a aquel tipo de teléfono: por lo tanto, ha de leer la ficha
X como «ficha adecuada al teléfono de tipo Y ») y, finalmente, una
señal sonora le indica que la línea está libre; esta señal es
distinta de la que se escucha en Italia, y por consiguiente ha de
poseer otras reglas para «descodificarla»; también aquel ruido
(aquel bourdonnement, como lo llaman los franceses) vale por el
equivalente verbal «vía libre».
Ahora
tiene delante el disco con las letras del alfabeto y los números;
sabe que el médico que busca corresponde a DAN 0019, esta secuencia
de letras y números corresponde al nombre del médico, o bien
significa «casa de tal». Pero introducir el dedo en los agujeros
del disco y hacerlo girar según
los
números y letras que se desean tiene además otro significado:
quiere decir que el doctor será advertido del hecho de que Sigma lo
llama. Son dos órdenes de signos diversos, hasta el punto de que
puedo anotar un número de teléfono, saber a quién corresponde y no
llamarle nunca; y puedo marcar un número al azar, sin saber a quién
corresponde, y saber que al hacerlo llamo a alguien.
Además,
este número está regulado por un código muy sutil: por ejemplo,
las letras se refieren a un barrio determinado de la ciudad, y a su
vez, cada letra significa un número, de manera que si llamara a
París desde Milán, debería sustituir DAN por los números
correspondientes, porque mi teléfono italiano funciona con otro
código.
Sea
como fuere, Sigma marca el número: un nuevo sonido le dice que el
número está libre. Y finalmente oye una voz: esta voz habla en
francés, que no es la lengua de Sigma. Para pedir hora (y también
después, cuando explique al médico lo que siente) ha de pasar de un
código a otro, y traducir en francés lo que ha pensado en italiano.
El médico le da hora y una dirección. La dirección es un signo que
se refiere a una posición precisa de la ciudad, a un piso preciso de
un edificio, a una puerta precisa de este piso; la cita se regula por
la posibilidad, por parte de ambos, de hacer referencia a un sistema
de signos de uso universal, que es el reloj.
Vienen
después diversas operaciones que Sigma ha de realizar para reconocer
un taxi como tal, los signos que ha de comunicar al taxista; cuenta
también la manera como el taxista interpreta las señales de
tráfico, direcciones prohibidas, semáforos, giros a la derecha o a
la izquierda, la comparación que ha de efectuar entre la dirección
recibida verbalmente y la dirección escrita en una placa...; y están
también las operaciones que ha de realizar Sigma para reconocer el
ascensor del inmueble, identificar el pulsador correspondiente al
piso, apretarlo para conseguir el traslado vertical, y por fin el
reconocimiento del piso del médico, basándose en la placa de la
puerta. Sigma
ha
de reconocer también, entre dos pulsadores situados cerca de la
puerta, el que corresponde al timbre y el que corresponde a la luz de
la escalera; pueden ser reconocidos por su forma distinta, por su
posición más o menos próxima a la puerta, o bien basándose en un
dibujo esquemático que tienen grabado encima, timbre en un caso,
lámpara en otro... En una palabra, Sigma ha de conocer muchas reglas
que hacen que a una forma determinada corresponda determinada
función, o a ciertos signos gráficos, ciertas entidades, para poder
al fin acercarse al médico.
Una
vez sentado delante de él, intenta explicarle lo que ha sentido por
la mañana: «J’ai mal au ventre». El médico entiende las
palabras, pero no se fía: es decir, no está seguro de que Sigma
haya indicado con palabras adecuadas la sensación precisa. Hace
preguntas, se produce un intercambio verbal. Sigma ha de precisar el
tipo de dolor, la posición.
Ahora
el médico palpa el estómago y el hígado de Sigma; para él algunas
experiencias táctiles tienen un significado que no tienen para
otros, porque ha estudiado en los libros que explican cómo a una
experiencia táctil ha de corresponder determinada alteración
orgánica. El médico interpreta las sensaciones de Sigma (que él no
siente) y las compara con las sensaciones táctiles que experimenta.
Si sus códigos de semiótica médica son adecuados, los dos órdenes
de sensaciones han de corresponder. Pero las sensaciones de Sigma
llegan al médico a través de los sonidos de la lengua francesa; el
médico ha de comprobar si las palabras que se manifiestan por medio
de sonidos son coherentes, de acuerdo con los usos verbales
corrientes, con las sensaciones de Sigma; pero teme que éste utilice
palabras imprecisas, no porque sean imprecisas sus sensaciones, sino
porque traduzca mal del italiano al francés. Sigma dice ventre, pero
quizás quiere decir foie (y, por otra parte, es posible que Sigma
sea inculto, y que para él, incluso en italiano, hígado y vientre
sean entidad indiferenciada).
Ahora
el médico examina las palmas de las manos de Sigma y ve que tienen
manchas rojas irregulares: «Mal signo —murmura—. ¿No beberá
usted demasiado?». Sigma lo reconoce:
«¿Cómo
lo sabe?». Pregunta ingenua; el médico interpreta síntomas como si
fueran signos muy elocuentes; sabe lo que corresponde a una mancha, a
una hinchazón. Pero no lo sabe con absoluta exactitud; por medio de
las palabras de Sigma y de sus experiencias táctiles y visuales ha
individualizado unos síntomas, y los ha definido en los términos
científicos a los que lo ha acostumbrado la sintomatología que ha
estudiado en la Universidad, aunque sabe a qué síntomas iguales
pueden corresponder enfermedades diferentes, y a la inversa. Ahora ha
de pasar del síntoma a la enfermedad de la cual es signo, y esto es
cosa suya. Esperemos que no tenga que hacer una radiografía, porque
en tal caso tendría que pasar de los signos gráfico–fotográficos
al síntoma que representan, y del síntoma a la alteración
orgánica. No trabajaría con un único sistema de convenciones
sígnicas, sino sobre varios sistemas. La cosa se hace tan difícil,
que es muy posible que equivoque el diagnóstico.
Pero
de ello no vamos a ocuparnos. Podemos abandonar a Sigma a su destino
(con nuestros mejores deseos): si consigue leer la receta que le dará
el médico (cosa nada fácil, porque la escritura de los clínicos
plantea no pocos problemas de descifrado), quizás se ponga bien y
pueda aún gozar de sus vacaciones en París.
Puede
suceder, también, que Sigma sea testarudo e imprevisor, y que ante
el dilema: «o deja de beber o no puedo asegurarle nada sobre su
hígado», llegue a la conclusión de que es mejor gozar de la vida
sin preocuparse por la salud, que quedar reducido a la condición de
enfermo crónico que pesa alimentos y bebidas con una balanza. En
este caso, Sigma establecería una oposición entre Buena Vida y
Salud, que no es homologa de la tradicional entre Vida y Muerte; la
Vida, vivida sin preocupaciones, con su riesgo permanente, que es la
Muerte, le parecería como la misma cara de un valor primario, la
Despreocupación, al cual se opondría la Salud y la Preocupación,
ambas emparentadas con el Aburrimiento. Por lo tanto, Sigma tendría
su propio sistema de ideas (al igual que lo tiene en política o en
estética), que se manifiesta como una organización especial de
valores o contenidos. En la medida en que tales contenidos se le
manifiestan bajo la forma de conceptos o de categorías mentales,
también ellos valen por alguna otra cosa, por las decisiones que
implican, por las experiencias que señalan.
Según
algunos, también ellos se manifiestan en la vida personal e
interpersonal de Sigma como signos. Ya veremos si ello es cierto. La
verdad es que son muchos los que creen así.
Por
el momento, lo que nos interesaba subrayar era que un individuo
normal, ante un problema tan espontáneo y natural como un vulgar
«dolor de vientre», se ve obligado a entrar inmediatamente en un
retículo de sistemas de signos ; algunos de ellos, vinculados a la
posibilidad de realizar operaciones prácticas; otros, implicados más
directamente en actitudes que podríamos definir como «ideológicas».
Pero, en cualquier caso, todos ellos son fundamentales para los fines
de la interacción social, hasta el punto de que podemos preguntarnos
si son los signos los que permiten a Sigma vivir en sociedad, o si la
sociedad en la que Sigma vive y se constituye como ser humano no es
otra cosa que un complejo sistema de sistemas de signos.
En
una palabra, ¿Sigma hubiera podido tener conciencia racional de su
propio dolor, posibilidad de pensarlo y de clasificarlo, si la
sociedad y la cultura no lo hubieran humanizado como animal capaz de
elaborar y de comunicar signos?
Con
todo, el ejemplo de que nos hemos valido podría inducir a pensar que
esta invasión de los signos solamente es típica de una civilización
industrial, que puede observarse en el centro de una ciudad,
rutilante de luces, anuncios, señales de tráfico, sonidos y toda
clase de señales; es decir, como si existieran signos solamente
cuando hay civilización, en el sentido más banal del término.
Pero
es que Sigma viviría en un universo de signos incluso si fuera un
campesino aislado del mundo. Recorrería el campo por la mañana y,
por la nubes que aparecen en el horizonte, ya sabría predecir el
tiempo que hará. El color de las hojas le anunciaría el cambio de
estación, una serie de franjas del terreno que se perfilan a lo
lejos en las colinas le diría el tipo de cultivo para el que es
apto.
Un
brote de un matorral le señalaría el crecimiento de determinado
tipo de plantas, sabría distinguir los hongos comestibles de los
venenosos, el musgo de un lado de los árboles le indicaría en qué
parte está el norte, si es que no lo había descubierto ya por el
movimiento del Sol. No disponiendo de reloj, el sol le señalaría la
hora, y una ráfaga de viento le diría muchas cosas que un ciudadano
de paso no sabría descifrar; de la misma manera que determinado
perfume (para él, que sabe dónde crecen algunas flores) quizás le
diría de qué parte sopla el viento.
Si
fuera cazador, una huella en el suelo, un mechón de pelos en una
rama de espino, cualquier rastro infinitesimal le revelaría qué
animales habían pasado por allí, e incluso cuándo...
O
sea que, aun inmerso en la naturaleza, Sigma viviría en un mundo de
signos.
Estos
signos no son fenómenos naturales; los fenómenos naturales no dicen
nada por sí mismos. Los fenómenos naturales «hablan» a Sigma, en
la medida en que toda una tradición campesina le ha enseñado a
leerlos. Así pues, Sigma vive en un mundo de signos, no porque viva
en la naturaleza, sino porque, incluso cuando está solo, vive en la
sociedad; aquella sociedad rural que no se habría constituido y no
habría podido sobrevivir si no hubiera elaborado sus códigos
propios, sus propios sistemas de interpretación de los datos
naturales (y que por esta razón se convertían en datos culturales). (Extraído del libro Signo de Umberto Eco).
ACTIVIDAD
1) ¿Están de acuerdo con lo que propone Eco sobre el "aprendizaje" que hacemos de los signos y normas y como los ponemos en funcionamiento? ¿Por qué?
2) A partir de comprender al signo como una representación que nos infiere una información, enumere cinco ejemplos de situaciones donde aparece en funcionamiento el SIGNO.
3) Piensen en lo que hacen durante un día normal. Describan todas las operaciones de significación (similares a las que plantea Eco) que realizan durante ese día.